A sus 19 años, Ana se subió a la bicicleta como un intento de escapar y transformar su vida, supo desde el inicio que, una vez arriba, nunca iba a volver a bajarse.
Comenzó como un escape, una forma de alejarse de un estilo de vida con el que ya no encajaba, la bicicleta fue la herramienta que la ayudó a encaminar su vida hacia la ruta adecuada.
Cinco años después, una vez que empezó a destacar dentro del deporte, comenzó a cuestionarse a la vez el por qué y para qué estaba entrenando; le pesaban los entrenamientos y las rodadas, perdió la motivación y, lo que en un tiempo fue su mejor herramienta de escape, se convirtió en un hábito que dejó de disfrutar.
Pasaron meses antes de que Ana lograra encontrar un nuevo sentido y amor por la bicicleta, entendió que esta no podía ser la forma de escapar de sus problemas, sino la herramienta que le enseñara a afrontarlos:
“Lo más importante que me ha enseñado la bicicleta es a entrenar a la mente para que siempre esté tranquila. Uno no puede subirse a la bicicleta y esperar que los problemas desaparezcan, finalmente al bajarse estos van a seguir allí, pero entendí que la bicicleta siempre va a regresarte todo lo que le entregues y la vida también funciona así.” Nos comenta Ana durante su entrevista con The Players.
Ahora, Ana vive de la bicicleta, la comprende como algo que siempre regresa lo que le entregas, aprendió a controlar y afrontar todas las situaciones que la esta podía presentarle, al mismo tiempo, aprendió a observar todo lo que está le estaba dando a cambio, desde los patrocinios y el trabajo, hasta las más grandes amistades y, lo más importante, una pasión y estilo de vida.